La elección de un analista es acertada cuando en el inicio de la relación no hacen obstáculo grandes diferencias de estilos existenciales, generadoras de tensiones transferenciales. A modo de ejemplo, una persona silenciosa y con ciertas inhibiciones expresivas, se encuentra con un analista poco activo, por lo que la apatía y el aburrimiento invadirán la escena transferencial. O por el contrario, un analista locuaz y activo no facilitará en determinados pacientes el silencio reflexivo que estos requieren para la elaboración de sus conflictivas.
La importancia de la elección radica en que el destino de un análisis depende en gran medida del adecuado encuentro inicial de dos sujetos en transferencia, por lo que se hace necesario que ambos participantes del proceso de la cura se elijan mutuamente con el fin de descifrar el enigma de los síntomas y del padecer del sujeto. A veces prima la orientación o preferencia teórica del analista como guía en el proceso de selección, pero es importante que la teoría no opere como impedimento o resistencia que conlleve a un simulacro de análisis. La fidelidad entonces, no es a la verdad que revela el deseo inconsciente, sino al maestro a cuya teoría se adhiere o se imita. Esto no significa que se deba ignorar un orden de preferencias en la elección de un analista, sea su marco teórico, género, edad, experiencia, etc. Lo deseable es conformar una pareja terapéutica marcada por el buen encuentro transferencial, donde un analista elige con libertad a su paciente, sin motivaciones encubiertas, o el mero interés comercial. La elección de tal o cual paciente por parte del analista, debe estar orientada por la posibilidad de analizar en condiciones que no le produzcan un malestar generalmente motivado por cuestionamientos ideológicos, morales, o aún conceptuales que vulneren sus valores éticos más esenciales y sus convicciones teóricas más profundas. ¿Cómo saber antes de este encuentro privado que será un buen encuentro, un acontecimiento? El dispositivo analítico debe producir las mejores condiciones para el despliegue de la transferencia, evitando el sacrificio que exigen los encuadres terapéuticos demasiado rígidos cuando los mismos claramente incrementan inútilmente las resistencias a la cura. A menudo, y desde la perspectiva de los pacientes, suele suceder que los integrantes de algunas minorías sexuales, étnicas o religiosas busquen analistas que compartan sus valores, dado que imaginan que así se verá facilitada la relación terapéutica. Sin embargo, a menudo los códigos e idiosincrasias compartidas suelen conformar zonas no abordables en dichos análisis, lo que deriva en la insistencia de núcleos sintomáticos irreductibles a toda elaboración, sumado a ello sin lugar a dudas, el refuerzo añadido por la legitimación del analista. El espacio de análisis es el único lugar avalado por el contrato social no religioso en donde se puede hablar de las heridas, personales y donde se intenta explorar nuevas posibilidades. Elegir un analista es designar a un otro con quién se va a escribir una nueva historia de vida.